"Dedicado a todos los niños que sueñan con mundos mágicos, donde todo es posible si se usa la imaginación y el corazón. Que nunca dejen de soñar, aprender y sonreír."

Había una vez dos hermanos llamados Tomás y Lucía, que vivían en una casita cerca de un gran bosque. Un día soleado, decidió salir a explorar entre los árboles, buscando hojas, flores… ¡y un poco de aventura!
Caminaron, rieron, saltaron charcos y siguieron mariposas. Pero, después de un rato, se dio cuenta de algo muy importante…
—Tomás… —dijo Lucía, mirando a su alrededor—. Creo que estamos perdidos.
—No te preocupes —le dijo Tomás, tomándola de la mano—. Vamos a encontrar el camino. Solo hay que mantener la calma.

siguieron caminando y, de pronto, entre los árboles, vieron algo increíble: ¡una cabaña hecha de frutas! Tenía paredes de hojas, ventanas de cáscara de coco y colgaban racimos de uvas y plátanos por todas partes.
-¡Guau! —dijeron los dos al mismo tiempo.
Un anciano con barba blanca salió por la puerta y les gritó dulcemente.
—¡Hola niños! Deben estar cansados. ¿Quieres entrar? Tengo comida rica y un lugar donde descansar.
Lucía, con los ojos brillando, susurró:
—¿Entramos?
Tomás dudó un poco, pero también tenía hambre, así que aceptó.

Por dentro, la cabaña era acogedora… pero algo no estaba bien. Tomás miró a un rincón y notó algo espeluznante: había figuras de niños quietos, como estatuas.
—Lucía… —susurró—. Algo no me gusta. Esas figuras parecen de verdad…
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"Dedicado a todos los niños que sueñan con mundos mágicos, donde todo es posible si se usa la imaginación y el corazón. Que nunca dejen de soñar, aprender y sonreír."

Había una vez dos hermanos llamados Tomás y Lucía, que vivían en una casita cerca de un gran bosque. Un día soleado, decidió salir a explorar entre los árboles, buscando hojas, flores… ¡y un poco de aventura!
Caminaron, rieron, saltaron charcos y siguieron mariposas. Pero, después de un rato, se dio cuenta de algo muy importante…
—Tomás… —dijo Lucía, mirando a su alrededor—. Creo que estamos perdidos.
—No te preocupes —le dijo Tomás, tomándola de la mano—. Vamos a encontrar el camino. Solo hay que mantener la calma.

siguieron caminando y, de pronto, entre los árboles, vieron algo increíble: ¡una cabaña hecha de frutas! Tenía paredes de hojas, ventanas de cáscara de coco y colgaban racimos de uvas y plátanos por todas partes.
-¡Guau! —dijeron los dos al mismo tiempo.
Un anciano con barba blanca salió por la puerta y les gritó dulcemente.
—¡Hola niños! Deben estar cansados. ¿Quieres entrar? Tengo comida rica y un lugar donde descansar.
Lucía, con los ojos brillando, susurró:
—¿Entramos?
Tomás dudó un poco, pero también tenía hambre, así que aceptó.
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- END >
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