







En el campo vivían una liebre y una tortuga. La liebre era muy veloz y se pasaba el día correteando de aquí para allá, mientras que la tortuga caminaba siempre con su aspecto cansado, pues no en vano tenía que cargar el peso de su caparazón.






¡Espero que no tengas mucha prisa, amiga tortuga! ¡Ja, ja, ja! A ese paso no llegaras a ninguna parte!

.
A la liebre le hacía mucha gracia ver a la tortuga arrastrando sus gordas patas, mientras que a ella le bastaba un pequeño impulso para brincar con agilidad. Cuando se cruzaban, la liebre se reía de ella y solía hacer comentarios burlones que por supuesto, a la tortuga no le parecia nada bien.


Un día, la tortuga se hartó de tal modo, que se enfrentó a la liebre
Tú serás veloz como el viento, pero te aseguro que soy capaz de ganarte una carrera.
¡Ja, ja, ja! ¡Ay que me parto de risa! ¡Pero si hasta una babosa es más rápida que tú!







Si tan segura estas, Por que no probamos?








Cuando
quieras!

¡Muy bien! Nos veremos mañana a esta misma hora junto al campo de girasoles ¿Te parece?









¡Perfecto!

La liebre dando saltitos y la tortuga con la misma tranquilidad de siempre, se fueron cada una por su lado.







Al día siguiente ambas se reunieron en el lugar que habían convenido. Muchos animales asistieron como público, pues la noticia de tan curiosa prueba de atletismo había llegado hasta los confines del bosque. Una familia de gusanos, durante la noche, se había encargado de hacer surcos en la tierra para marcar la pista de competición. La zorra fue elegida para marcar con unos palos las líneas de salida y de meta, mientras que un nervioso cuervo se preparó a conciencia para ser el árbitro. Cuando todo estuvo a punto y al grito de “Preparados, listos, ya”, la liebre y la tortuga comenzaron la carrera. La tortuga salió a paso lento, como era habitual en ella. La liebre, en cambio, salió disparada, pero viendo que le llevaba mucha ventaja, se paró a esperarla y de paso, se burló un poco de ella.



¡Venga, tortuga, más deprisa, que me aburro!

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En el campo vivían una liebre y una tortuga. La liebre era muy veloz y se pasaba el día correteando de aquí para allá, mientras que la tortuga caminaba siempre con su aspecto cansado, pues no en vano tenía que cargar el peso de su caparazón.






¡Espero que no tengas mucha prisa, amiga tortuga! ¡Ja, ja, ja! A ese paso no llegaras a ninguna parte!

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A la liebre le hacía mucha gracia ver a la tortuga arrastrando sus gordas patas, mientras que a ella le bastaba un pequeño impulso para brincar con agilidad. Cuando se cruzaban, la liebre se reía de ella y solía hacer comentarios burlones que por supuesto, a la tortuga no le parecia nada bien.


Un día, la tortuga se hartó de tal modo, que se enfrentó a la liebre
Tú serás veloz como el viento, pero te aseguro que soy capaz de ganarte una carrera.
¡Ja, ja, ja! ¡Ay que me parto de risa! ¡Pero si hasta una babosa es más rápida que tú!






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