Érase una vez, un mundo lleno de monstruos. Eran todos iguales. Pero no eran como los monstruos que imaginas. Parecían osos, pero aún más pequeños. Tenían dientes muy pequeños y cuerpos que pesaban menos que una pluma. En este mundo, solo habia una forma de vivir. Todos escuchaban, y seguian a los reyes.

"Si algún día ves a alguien que no se parece a ti, tráemelo de inmediato. Esos no deberían tener libertad, porque son muy peligrosos.

En este mundo, los únicos que no se parecían a los demás eran los reyes. Estos reyes eran inmortales. Esto significa que hagan lo que hagan, siempre iban a vivir. Tenían mil años. Frank, el búho alto, controlaba todo. Se aseguró de que no hubiera un monstruo diferente.

Frank no quería que hubiera diversidad en su mundo. Los abuelos de Frank hicieron que no hubiera nadie diferente. Se encargaron de que todo el mundo tuviera miedo de los "diferentes."

Un día, Frank notó que tres estrellas de repente comenzaron a caer. No sabía muy bien qué eran, así que decidió montarse una tienda de campaña y ver dónde caerían las estrellas.

La vida de Frank fue muy estresante, con mucha presión de sus compañeros de trabajo. La verdad es que no sabía por qué los diferentes eran malos, porque nunca había conocido a uno. El creció con estas ideas, y nunca vió la realidad.

Frank finalmente se durmió y no pudo ver qué pasó con las estrellas fugaces. Pero, apareció un monstruo muy diferente. De otro mundo. Este monstruo se llamaba Andy. Era muy pequeño y tenía tres ojos. Tenía piel naranja, y ojos rojos brillantes.

Andy no sabía dónde estaba, y estaba lleno de miedo. Pero, él siempre tenía una sonrisa en su cara.