Kenner vivía en una isla caribeña. No hacía 

mucho que sus padres murieron en un 

accidente de bote. Pero Kenner sobrevio 

los últimos meses en el orfanato sin 

dejar que sus problemas le afecten mucho.

Kenner estaba cerca de la playa con su grupo del orfanato trabajando en el platanal. Su grupo tenía actividades durante la semana y una de ellas era reunir plátanos para la comunidad.

Kenner se había separado del grupo para nadar en el mar y ver los corales, mientras el grupo descansaba. Bajo el mar la isla estaba llena y rodeada de corales en todos colores. Sentía mucha paz estando junto a los peces. 

A los diez minutos Kenner sintió un cambio muy raro. Las olas serenas, y junto con      el aire, dejaron de existir.

Al salir del mar su grupo ya no estaba presente. Kenner corrió hacia el platanal sin ver a nadie.

Mirando hacia el cielo, las nubes grises se acercaban con apuro.

Kenner conocía bien una cueva en las piedras, donde pasaba su tiempo jugando en su niñez. Era profunda, con posos de agua, acueductos que creó con hojas de palma, un radio, y paja para acostarse a dormir.

Kenner tenía en mente solo como pasar esta noche sin pensar mucho en lo que parecia ser un huracán. Estaba preocupado por sus amistades que lo dejaron solo.