En tiempos antiguos, antes de que existiera el ser humano, vivía un jaguar muy feliz en la península del Yucatán. Estaba en excelente forma física, tenía comida a su alcance y disfrutaba de la compañía de los demás animales. Además, su pelaje amarillo y brillante lo hacía sentirse orgulloso y lo cuidaba con esmero, ya que le encantaba verse bien.

El jaguar disfrutaba paseando por el bosque de noche y escalando montañas durante el día. Le encantaba estar en contacto con la naturaleza y, sobre todo, mantener su pelaje limpio. Sentía que su belleza merecía admiración y no podía evitar sentirse un poco presumido.

Una tarde de verano, el jaguar se acomodó debajo de un árbol de aguacate para dormir la siesta. De repente, escuchó ruidos extraños sobre su cabeza. Miró hacia arriba y vio a tres monos compitiendo por arrancar más aguacates. Los monos, riendo y jugando, no le prestaban atención.

El jaguar, molesto por el alboroto, les gritó para que pararan. Les pidió que respetaran su descanso, pero los monos, distraídos con su juego, siguieron lanzando aguacates al aire. El jaguar, enojado, mostró sus colmillos y les advirtió que si no paraban, tomaría medidas drásticas.

En un momento de descuido, uno de los aguacates cayó con fuerza sobre el lomo del jaguar. El felino sintió un dolor intenso y al tocar su pelaje, descubrió que la pulpa verde del aguacate lo había manchado. El jaguar, furioso por la situación, exigió saber quién había sido el responsable.

El mono con las orejas puntiagudas se delató por su expresión de miedo. Enfurecido, el jaguar saltó hacia él y le dio un zarpazo en la barriga. El mono chilló de dolor, pero la herida no fue grave. Los tres monos, asustados, decidieron huir antes de que el jaguar los atacara más.