
Este libro se lo dedico a todos los perros callejeros, abandonados o perdidos
en España y Portugal. La inspiración me vino de un encuentro en España con
un jabato que se cruzó delante de mi coche, e su amigo, el perro de caza
Español.
" No todos los que vagan están perdidos." J.R.R Tolkien
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Me perdí un día caluroso de mayo. Tenía solo cuatro meses de edad. Mi madre nos
había llevado hasta el río para que nos refrescásemos y nos revolcáramos en el
barro. No teníamos miedo del agua y, a veces, nadábamos en los charcos más
profundos.
Vivíamos en un lugar hermoso y amplio en el suroeste de España, con pocas vallas
y mucha comida. Compartíamos este paraje con otros animales y pájaros. Algunos
venían de los pueblos, que eran lugares ruidosos y confusos.
La mayoría de nosotros no había estado nunca allí, aunque nuestra madre nos
había contado historias sobre ese lugar. Una noche clara, desde lo alto de la colina,
pudimos ver las luces y escuchar los ruidos.
Al mediodía, mientras caminábamos de regreso a la sombra del viejo olivo, escuché
un ruido extraño. Nadie más lo oyó, y volví solo a la orilla del río.
























Cuando llegué no podía creer lo que veían mis ojos. Un barco enorme, el más
grande que había visto jamás, subía por el río. Me quedé tan pasmado que no me di
cuenta de las enormes olas que venían hacia mí.
De repente, sentí que perdía pie. La fuerte corriente del río me arrastró rápidamente
bajo el agua y río abajo. Nadé y nadé, luchando para mantener la cabeza fuera del
agua. Después de lo que parecieron horas, conseguí asirme a unos juncos y trepar a
la orilla del río.
Desorientado y cansado, me senté allí un rato. Cuando levanté la vista, me di cuenta
de que estaba solo y perdido. A pesar de la desesperación inicial, sentía curiosidad y
estaba decidido a volver a casa.





































Caminé a través de campos verdes y senderos estrechos, pero no vi nada que me
resultara familiar. El terreno era muy llano y árido. Divisé una casa, pero no había nadie,
solo un perro atado ladrando. A los jabalíes no nos gustan los perros. Normalmente vienen
en jaurías acompañados de cazadores.
Cuando el sol comenzó a ponerse, decidí trotar hacia la arboleda, donde podría
esconderme entre los arbustos antes de que cayera la noche. Tenía que encontrar algo de
comer porque estaba hambriento. Había visto a mi madre escarbar con el hocico en la
tierra, en lo que ella llamaba lugares mágicos. Al llegar al bosque intenté imitarla, pero no
encontré ni raíces ni nueces.
De repente oí un grito agudo. Era tan fuerte que quise taparme los oídos. Al mirar hacia
arriba, vi una bandada de pájaros discutiendo acaloradamente mientras descendían hacia
los árboles. Urracas. Sin duda no eran urracas normales, ya que tenían hermosas plumas
de tonalidades azuladas, desde el azul marino al añil, y azul celeste en la parte superior. A
pesar de ser autoritarias, golosas y ruidosas, todos respetábamos a las urracas. Eran
conocidas por su inteligencia y siempre advertían a otros animales del peligro inminente.





























Uno de los pájaros escogió un árbol frente a mí, mientras los demás se instalaban en el
árbol de atrás.
―¿Te has perdido? ―preguntó―. Me llamo Koke.
Parecía un pájaro inteligente, con gafas y todo, de apariencia estudiosa y mundana.
―Sí, estoy perdido ―confesé―. Tal vez tú sepas dónde está mi casa. Caí al río y la
corriente me arrastró. Llevo caminado todo el día, pero no reconozco nada.
La vieja y sabia urraca se quedó en silencio por un momento. Luego me dijo:
―Háblame de tu casa.
Me senté y comencé a relatar:
―Vivo con mis seis hermanos, cinco hermanas, nuestra madre y una tía en un lugar
donde hay espacio sin fin para vagar. Hay pinos, robles y olivos en abundancia. En
algunos lugares la arena es blanca y el río siempre está cerca.
La sabia consejera se rascó la cabeza y me explicó:
―Amigo, vas por el camino equivocado. Tienes que ir hacia el sur, pero puedes pasar la
noche aquí y te mostraré el camino por la mañana. ¿Tienes hambre?



























La urraca bajó del árbol y saltó hacia lo que parecía una pila de hojas y palos viejos
sobre el suelo. Levantó poco a poco la hojarasca para mostrar el tesoro que había
debajo. Tenía higos secos, almendras y bellotas. Comimos juntos hasta que no quedó
nada. Mientras tanto, los otros pájaros charlaban sobre los acontecimientos del día. Me
quedé dormido bajo el árbol sabiendo que, si había algún peligro, los pájaros me
avisarían.
El graznido de las urracas me despertó justo antes del amanecer. Algunas ya habían
volado y las demás pronto las seguirían.
―¡Despierta! ―dijo el pájaro sabio―. Iré contigo hasta el cruce y te indicaré la
dirección correcta.
En la encrucijada, la urraca comenzó a explicarme:
―¿Ves por dónde sale el sol? ―me preguntó―. Bueno, ahí está el este. Siempre es el
este, y te lleva hasta Granada, que, a pesar de ser un lugar hermoso, no es tu hogar.
Tienes que girar hacia el sur, hacia Sanlúcar de Barrameda, y hacia el océano. Si
sigues el río no te volverás a perder.



























Así que caminé hacia el sur por la orilla del río, hasta que el olor a comida y el sonido
de la música me hicieron detenerme. Ansioso por saber de dónde venía, continué en
aquella dirección. Vi a una mujer cantando mientras marcaba el ritmo dando palmas y
zapateando. La acompañaba un hombre tocando la guitarra.
Cuando me vio, dejó lentamente el instrumento y tomó una lanza. Yo sabía lo que
significaba aquello y me entró tal pánico que corrí hacia él. Asombrado, el hombre
dejó caer la lanza y, al intentar agarrarme la cola, tropezó y cayó sobre la cazuela de
la comida. La mujer empezó a gritar y a agitar los brazos. En ese momento, su caballo
se asustó y huyó.
No me había dado cuenta de que un perro flaco con orejas puntiagudas nos vigilaba
de cerca. También se había sentido atraído por el olor del guiso y la posibilidad de
encontrar compañía.























―¡Huye! ―gritó el perro―. ¡Ven conmigo!
No sabía si confiar en el perro, pero como estaba solo, sin su jauría y sin los cazadores,
instintivamente lo seguí. Nos escapamos juntos a toda velocidad a lo largo del río.
Cuando nos sentimos seguros, nos detuvimos.
―Hola, me llamo Andalu ―se presentó el perro―. ¿Cómo te llamas?
―Mi nombre es Djabali ―contesté―. Gracias por haberme ayudado.
―Te veo perdido ―observó el perro―. ¿Qué te ha pasado?
Le conté al perro la historia del gran barco y cómo me caí al río. Le hable de mi amiga,
la generosa urraca que compartió su comida conmigo y me indicó la dirección correcta.
Cuando terminé de contárselo todo, Andalu me aseguró:
―Estás en el lado equivocado del río, amigo mío. Para volver a casa tienes que
cruzarlo. Puedo ir contigo, porque vine de allí esta mañana en el ferry y tengo que
volver.
―¿Qué es un ferry? ―le pregunté.
―Es un barco que transporta coches y personas al otro lado del río ―explicó―. Ellos
me conocen y, si somos discretos, nos dejarán subir sin pagar.
























Poco después nos dirigimos hacia el ferry que iba a Coria del Río. Cuando llegamos
al otro lado, el sendero del río estaba bloqueado. Tuvimos que buscar otro camino
por calles llenas de tráfico y gente. Andalu estaba muy preocupado por mí y
continuamente me decía que tuviera cuidado.
Mis tiendas favoritas eran las que tenían frutas, verduras y frutos secos dispuestos
en cestas en la calle. Parecía que eran gratis, así que me serví unos pocos. La
dueña de una tienda se enfureció y me persiguió con su escoba.
Finalmente, cuando llegamos a las afueras de la ciudad, pudimos volver a caminar
por el sendero del río. A lo lejos se podía ver una gran zona de matorrales y, un poco
más allá, el verdor del bosque.
































































































































































Caminamos hacia el sur toda la tarde, alejándonos más y más de la ciudad, atravesando
los matorrales hasta llegar a la espesura. Aquí los árboles eran abundantes y su sombra
resultaba muy agradable. La temperatura había subido considerablemente desde la
mañana.
Nos sentamos a descansar bajo un enorme pino piñonero y nos quedamos escuchando
los sonidos de la naturaleza, hasta que nos vimos obligados a ponernos de pie debido a
un ensordecedor “iKaraaah kharaaaaah!”. Eran la urraca y su bandada.
―¡Hola Djabali! ―chilló―. No sabías que te estaba siguiendo, ¿verdad? He ido detrás de
ti todo el tiempo.
―Hola Koke ―contesté―. Me alegro de verte. Y no, no sabía que me estabas siguiendo.
Te presento a mi amigo Andalu. Me ha ayudado a cruzar el río y a atravesar la ciudad. Se
escapó de su amo cruel.
―Encantada de conocerte, Andalu ―dijo la urraca. Entonces, mirándome, preguntó―:
Bueno, Djabali, ¿ahora ya reconoces algo?
―No, todavía no ―respondí.
Sin embargo, los olores, los sonidos y los árboles me eran cada vez más familiares. Había
más robles y pinos, más flores silvestres y hierbas, y la arena era más clara. Seguimos
caminando, adentrándonos cada vez más en el bosque, hasta que vimos una valla de
madera y una pequeña cabaña.
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venían de los pueblos, que eran lugares ruidosos y confusos.
La mayoría de nosotros no había estado nunca allí, aunque nuestra madre nos
había contado historias sobre ese lugar. Una noche clara, desde lo alto de la colina,
pudimos ver las luces y escuchar los ruidos.
Al mediodía, mientras caminábamos de regreso a la sombra del viejo olivo, escuché
un ruido extraño. Nadie más lo oyó, y volví solo a la orilla del río.























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"Djabali"
This is the adventure of Djabali, a wild boar piglet that gets lost but finds his way home with the help of some unlikely friends, like Andalu, the pointy-eared hunting dog. A story about curiosity, courage and friendship.
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